lunes, 6 de agosto de 2012

Hay un espacio mínimo entre las cosas que es imposible. Malena Pizani


 




I- Your gaze hits the side of my face.
Unas pupilas negras, redondas, simétricas, bordeadas irregularmente por aureolas verdes, se van volviendo esferas celestes. Sus ojos no son particularmente chicos, ni grandes. Ni rasgados, ni redondos. Unas cejas rubias, discretas. Las arrugas se cruzan oblicuas, horizontales, en los párpados, la frente.
Unos pómulos marcados, levemente rosados, la nariz afilada y recta.
Los labios son delgados, algo morados. El gesto de su boca es leve, indescifrable. Tiene una barba demasiado incipiente.
Tiene en la cabeza un turbante rojo y un saco de piel lo viste. El fondo es negro, apenas se distingue de su abrigo.
Haría frío.
Otro hombre pomuloso, rubio casi pelirrojo. Cráneo ovalado, cabello rapado, barba, y unos ojos color ámbar, todo en él tiene el resplandor del trigo o de una brasa.
Lleva un saco y un chaleco marrón. El fondo es verde agua.
El hombre con turbante rojo de Van Eyck (1433) observa como un cazador desde el óleo crackelado. Examina los movimientos del otro lado, acecha. En su autorretrato de 1888 -dedicado a Paul Gauguin-, Vincent Van Gogh expone en su mirada la certeza de ser observado, si desde la oscuridad más absoluta el primero nos observa intimidante, Van Gogh se sitúa a plena luz como un zorro encandilado en el medio de la ruta.
Cierta lógica de predador-presa deambula en ambos, también en el espectador.

L. Tiene unas pupilas redondas y grandes, envueltas en círculos verdes que llegan a ser amarillos. Tiene una nariz algo plana y una boca cerrada sobre la que se asoman unos bigotes blancos. Tiene unas orejas puntiagudas y los pómulos elevados, como los de Sophia Loren o Nefertiti. Detrás una plancha de madera veteada.
L. observa fijamente, pero en su mirada hay vanidad, duda, curiosidad, decepción.

II- Cada uno de los retratos realizados por Malena Pizani se sostienen en un mismo gesto, y con ello la negación de la posibilidad de lo mismo, no aparece como repetición ni como tautología, sino como huella azarosa, desenfocada, mutante.
Una escena insiste: la escenografía compuesta por una plancha de madera veteada, un paño que acumula pelos, suciedad y polvo, la misma luz y una sucesión de gatos posan frente a la cámara.

En el trabajo de Malena existe una correspondencia- sutil en las fotografías, transparente en el caso de sus cuadernos y blocks de dibujos no expuestos en esta exhibición- con la obra de Louise Bourgeois fundada en un método de expurgación analítica, contemplativa, una vía de acceso al pensamiento inicialmente informe que se vuelve materia posible de ser tratada.
Bourgeois afirmaba la imposibilidad de clausurar la obra en un procedimiento racional, en una eventual comprensión que acaba siendo liberadora, su “vuelve una y otra vez” es tanto la piedra de Sísifo como la garantía de cordura. La imagen recupera entonces su capacidad de mediar entre el pensar y la oclusión, entre lo posible y lo indecible.
En ese punto aparece en Malena lo que llama una distancia mínima entre las cosas que las hace imposibles, porque nunca la traducción -la imagen- es literal, ni significa lo mismo.
Entonces ella trenza y deshila en un pasadizo, que quizá sea el de Zarathustra, cuando dice:
Pues cada una de las cosas que pueden correr también por esa larga calle hacia delante, ¿acaso no tienen que volver a recorrer su largo camino?
Y esa perezosa araña que se arrastra a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y yo y tú, que cuchicheamos en este portón sobre cosas eternas, ¿no tenemos todos nosotros que haber existido ya otra vez?
¿Y venir de nuevo, y recorrer aquella otra calle, hacia adelante que se extiende ante nosotros, aquella calle larga y horrenda? ¿No tendremos que retornar eternamente?1
Florencia Qualina

1NIETZSCHE, Friedrich. Asi habló Zarathustra. Barcelona, RBA Coleccionables, 2002 p 120.


Galería Foster Catena
Honduras 4882 piso 1 Buenos Aires Argentina
Julio/septiembre 2012